Miércoles 02 de Febrero
del año 2000
CAPITULO 1
-
¡Pablo, levántate ya que llegas tarde al
Instituto!
-
5 minutos más…- dijo Pablo de manera
inconsciente. Era un mecanismo de la mente para seguir descansando, pero eso
contra su madre no servía.
-
¡Levántate ahora mismo, que son las 8 y
empiezas a las 8 y cuarto!- expresó la madre con un grito que levantaría de su
eterno descanso hasta a los residentes del cementerio.
Pablo
se levantó como un resorte al percatarse de la hora que era. Se vistió a toda
prisa y bajó las escaleras tan rápido que bajaba los escalones de dos en dos.
Entró a la cocina a tragarse el vaso de leche matutino (tragar, porque no se le puede llamar beber a
zamparse el vaso de leche de un sorbo).
La
madre al ver lo rápido que iba Pedro se empezó a reír. Pablo la miró y se giro
hacia el reloj, ¡Eran las siete y media!
-
No me hace ninguna gracia mamá. No sabía
que la cocina estuviera en otro uso horario al de mi dormitorio… Dijo
sarcásticamente. Esas cosas son las que hacían que Pablo estuviera de mal humor
todo el día. Levantarse a desgana y con prisas a nadie le gusta, y menos si es
para ir a clase.
Cogió
un par de magdalenas que había en un cestito de mimbre sobre el microondas y se
sentó frente a la tele a esperar que fuera la hora de salir dirección a la
cárcel. Así llamaban los amigos de Pablo y él mismo a la escuela. Decían que un
sitio donde te tienen encerrado medio día, con torturas como aguantar a la
profesora de inglés sin parar de hablar durante una hora, y a continuación otro
profesor cualquiera. Todos están cortados por la misma tijera, solía decir.
Todos menos una profesora que le encandilaba, la profesora de Ciencias Sociales
Maite. Era esa clase de personas que te quedas embobado oyéndola hablar. Era
increíble.
A
las ocho menos cinco salió de su casa pegando un portazo, aún malhumorado por
la broma de su madre.
Pablo
era muy fácil de enfadar, y de buena mañana más aún.
Cerró
la vieja cancela de su portal y se dirigió hacia una esquina donde quedaba con
algunos de sus amigos. El trayecto hacia el infierno sabía mejor sin duda
rodeado de buena compañía.
Ya
en clase se sentó en su pupitre. Lo odiaba tanto o más que las bromas sin
gracia de su madre. La mesa estaba coja, lo que la convertía en un verdadero
suplicio a la hora de tener que usar la goma de borrar. Pero tenía su parte
positiva, estaba junto a la ventana, muy cerca de la libertad.
La
ventana era su única posibilidad de evadirse de las pesadas clases de historia.
Miraba hacia fuera dejando caer el peso de su cabeza en su puño, una posición
similar a la del pensador de Rodin.
Era
otro día monótono en su monótona vida de adolescente. Era un chico de cuerpo estándar,
el peso exacto, ni tenía la masa corporal de un mondadientes ni tampoco el de
una mole. Era un chico normal, aunque a veces tenía preocupaciones poco usuales
en chicos de 12 años.
Durante
esas evasivas mentales de sus clases diarias pensaba sobre muchas cosas. ¿Donde
estaría él dentro de unos años? ¿Seguiría teniendo a sus amigos de siempre o
tendría otros amigos nuevos? ¿Se quedaría solo?…
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