martes, 10 de septiembre de 2013

Lo desconocido

Aún me queda tanto por andar...
caminos por descubrir,
caminos por transitar,
parajes en los que verse reflejado
en la orilla de un río, de un río seco,
en el agua de la vida, evaporada por el tiempo
que vuelve a nacer cada otoño,
cuando la lluvia se vuelve a presentar.
Todo vuelve a su ser con las primeras lluvias del año.
Esa lluvia que limpia los cristales embarrados y les vuelve
a regalar su mayor virtud, la transparencia.
Las cuencas secas de suelo estriado, volverán a renacer,
se borrarán los signos de esa amarga pero necesaria sequía,
sequía temporal, que curioso.
Las rachas nadie las entiende, sólo la naturaleza que las ve nacer...
La suerte pocos la tienen, sólo aquellos que la creen poseer...
El amor pocos lo sienten, sólo aquellos que aprender a ver...
La calma pocos la disfrutan, sólo aquellos que saben escuchar...
Porque en la vida, hay que aprender
lo que creímos que ya sabíamos
para poder entender aquello que no conocemos...

Adrián Ruiz

miércoles, 3 de julio de 2013

Juego de niños (Capitulo 2)




Pablo despertó de su letargo mental al oír que su compañero de la mesa de atrás empezó a recoger, síntoma de que la hora del recreo estaba próxima.

Se vivía un aroma distinto en el instituto los minutos previos a la hora del recreo, se escuchaban ruidos compenetrados en todas las clases de su instituto. Sillas y mesas arrastrándose, voces cada vez más altas y de pronto, el sonido de la libertad, el timbre. Una estampida de niños salía de las clases y bajaban las escaleras como agua que se desborda del rio y busca un nuevo cauce. Todos corriendo escaleras abajo. Cualquier día morirían algunos niños pisados por el bullicio que se formaba siempre.

Pablo prefería esperar a que las escaleras estuvieran más despejadas. Si alguien debía de morir algún día, prefería no ser él.

Ya en el recreo, sus amigos y él quitaban el papel de plata a los bocadillos con unas ansías increíbles. Parecía que llevaran días hambrientos.

Pablo seguía de mal humor y les contó la “hazaña” de su madre esa mañana a sus compañeros. Sus amigos se reían a carcajadas. Cada carcajada de sus amigos aumentaba un poco su enfado. Antes de que el timbre acabara con su tiempo libre, fue al baño a orinar. Sus profesores en escasas ocasiones permitían a los alumnos salir de clase para ir al baño. Esto era otra tortura de aquel infierno.

Sonó el timbre. Cabría esperar la misma reacción de la gente en el sentido contrario. Carreras hacia las escaleras y empujones varios. Para nada, los mismos que pegaban empujones por llegar al patio los primeros eran los mismos que llegaban a clase cuando el profesor estaba ya dentro.

De vuelta en su pupitre, miró por la ventana y se fijó en un pajarillo que había posado en una rama del árbol del parque que había frente al instituto. No dejaba de pegar graciosos saltitos a lo largo de la rama, algo que le provocó una risa tonta de esas que salen por las cosas más absurdas, cotidianas que podamos imaginar.

El profesor lo oyó y lo expulsó de la clase. Ese profesor tenía la mala fama ganada. Rara era la clase en la que no expulsaba a un par de alumnos. Después se quejaba de que cuando los niños lo veían por la calle le tiraran naranjas y le insultaran. Si siembras, recoges. Eso solía decir su abuelo

Pablo salió de la clase obediente, total, para aguantar a ese palurdo prefería oír el sermón del director.

Estando sentado en un banco de madera junto a la sala de profesores, llegó una madre con una niña.

Algo tenía esa niña que no podía dejar de mirarla, le parecía tan guapa que sus ojos eran un imán de los de Pablo. Entraron al despacho de la Directora, pero dejaron la puerta abierta, por lo que estuvo al tanto de toda la conversación. Era una chica nueva y se llamaba Elena. Acababa de llegar a la ciudad y…

-Pablo, ¿Qué haces aquí? Dijo una voz amable por detrás. Era Maite.

-Ah, hola. Estoy aquí porque el profesor de Física me ha expulsado…

Ella respondió con un simple “ajam” y entró en la sala de profesores.

Algo le decía que nadie aguantaba al profesor Castellanos, ni tan siquiera sus compañeros de trabajo.

Entre unas cosas y otras, sonó el timbre que daba por terminada la jornada de hoy. Había pasado días mejores en la cárcel, pero siempre que salía por la puerta pensaba para sí mismo “Ya queda un día menos de condena”.

Se fue corriendo a casa, tenía un hambre voraz. Al llegar no había nadie.

Dejó la mochila en su dormitorio y fue hacia la cocina. Un papelito  pegado en la nevera llamó su atención: “Tienes macarrones en el frigorífico, caliéntatelos en el microondas. Un beso, mamá”.

sábado, 15 de junio de 2013

Juego de Niños (Capítulo 1)


Miércoles 02 de Febrero del año 2000

CAPITULO 1

-          ¡Pablo, levántate ya que llegas tarde al Instituto!

-          5 minutos más…- dijo Pablo de manera inconsciente. Era un mecanismo de la mente para seguir descansando, pero eso contra su madre no servía.

-          ¡Levántate ahora mismo, que son las 8 y empiezas a las 8 y cuarto!- expresó la madre con un grito que levantaría de su eterno descanso hasta a los residentes del cementerio.

Pablo se levantó como un resorte al percatarse de la hora que era. Se vistió a toda prisa y bajó las escaleras tan rápido que bajaba los escalones de dos en dos. Entró a la cocina a tragarse el vaso de leche matutino  (tragar, porque no se le puede llamar beber a zamparse el vaso de leche de un sorbo).

La madre al ver lo rápido que iba Pedro se empezó a reír. Pablo la miró y se giro hacia el reloj, ¡Eran las siete y media!

-          No me hace ninguna gracia mamá. No sabía que la cocina estuviera en otro uso horario al de mi dormitorio… Dijo sarcásticamente. Esas cosas son las que hacían que Pablo estuviera de mal humor todo el día. Levantarse a desgana y con prisas a nadie le gusta, y menos si es para ir a clase.

Cogió un par de magdalenas que había en un cestito de mimbre sobre el microondas y se sentó frente a la tele a esperar que fuera la hora de salir dirección a la cárcel. Así llamaban los amigos de Pablo y él mismo a la escuela. Decían que un sitio donde te tienen encerrado medio día, con torturas como aguantar a la profesora de inglés sin parar de hablar durante una hora, y a continuación otro profesor cualquiera. Todos están cortados por la misma tijera, solía decir. Todos menos una profesora que le encandilaba, la profesora de Ciencias Sociales Maite. Era esa clase de personas que te quedas embobado oyéndola hablar. Era increíble.

A las ocho menos cinco salió de su casa pegando un portazo, aún malhumorado por la broma de su madre.

Pablo era muy fácil de enfadar, y de buena mañana más aún.

Cerró la vieja cancela de su portal y se dirigió hacia una esquina donde quedaba con algunos de sus amigos. El trayecto hacia el infierno sabía mejor sin duda rodeado de buena compañía.

Ya en clase se sentó en su pupitre. Lo odiaba tanto o más que las bromas sin gracia de su madre. La mesa estaba coja, lo que la convertía en un verdadero suplicio a la hora de tener que usar la goma de borrar. Pero tenía su parte positiva, estaba junto a la ventana, muy cerca de la libertad.

La ventana era su única posibilidad de evadirse de las pesadas clases de historia. Miraba hacia fuera dejando caer el peso de su cabeza en su puño, una posición similar a la del pensador de Rodin.

Era otro día monótono en su monótona vida de adolescente. Era un chico de cuerpo estándar, el peso exacto, ni tenía la masa corporal de un mondadientes ni tampoco el de una mole. Era un chico normal, aunque a veces tenía preocupaciones poco usuales en chicos de 12 años.

Durante esas evasivas mentales de sus clases diarias pensaba sobre muchas cosas. ¿Donde estaría él dentro de unos años? ¿Seguiría teniendo a sus amigos de siempre o tendría otros amigos nuevos? ¿Se quedaría solo?…

Nueva Sección

Me gustaría estrenar esta nueva sección con uno de mis textos que más han gustado, espero que disfrutéis leyendo un rato en esta nueva sección de este blog, DIRECTO A MI INTERIOR.




Siento tu ausencia, ausencia de mi. El calor de tus manos fundiendose con las mías, tu cálida mirada que me helaba el alma. Hecho de menos tus labios rozando mi cuello. Mis dedos extrañan el aventurarse a descubrir cada lunar de tu piel, cada peca de tu mejilla. Mis labios lloran por no poder sentir el fresco aroma de los tuyos... Es tanta la ausencia que aún te siento aquí, a mi lado, unidos de las manos viendo pasar las horas. Quiero volver a ver mis ojos reflejados en los tuyos, sentir que el viento nos arrastra como hojas secas, como cometas al aire explorando universos desconocidos, nubes escondidas. Pero siento que esas cometas, son cometas en llamas...